Este verano he disfrutado de la lectura del libro de Ana María Oliva, «Lo que tu luz dice» y me gustaría compartir con vosotros algunas reflexiones interesantes.
En la sociedad occidental, todavía vivimos bajo
el paraguas del paradigma mecanicista que contempla el cuerpo como una gran máquina compuesta de múltiples piezas. Si alguna pieza falla, se sustituye por otra (que incluso puede ser artificial); si un proceso fisiológico no funciona, añadimos un químico paras que restaure su función. De esa manera, la cirugía y la farmacología continúan siendo la clave del mantenimiento de la salud o, mejor dicho, de la lucha contra la enfermedad.
El paradigma cuántico por el contrario, entiende que el ser humano es una entidad energética de tipo holográfico, en la que no existe separación entre órganos y entre sistemas, en la que hay un campo (sin límites) que se autorregula en conjunto. Según la teoría holográfica, el ser humano es un aparato receptor que se halla flotando en un mar inmenso de frecuencias y patrones de interferencias, del cual extrae una serie de informaciones que transforma en realidad física. De acuerdo a este paradigma, en cada parte está la información del todo, y, por tanto, cualquier actuación que tenga lugar sobre una parte tiene repercusión en el todo.
La medicina energética trata de todo lo que se relaciona con la valoración del llamado biocampo (biofield) y con la aplicación de técnicas terapéuticas energéticas para conseguir un equilibrio global de la persona. Este concepto es la base de la medicina china e hindú, pero es todavía lejano a la concepción occidental cada vez más subespecializada.
Una de las dificultades que surgen en este campo, es la propia palabra “energía”. Cuando hablamos de campo energético, nos referimos a algo que puede tener manifestaciones eléctricas, magnéticas, electromagnéticas, térmicas, químicas y de otros tipos no convencionales difíciles de medir con la tecnología actual.
La base de la bioelectricidad y el biomagnetismo además de la corriente generada por el intercambio de iones sodio y potasio entre el espacio intracelular y el espacio extracelular, la integran las proteínas, moléculas semiconductoras capaces de transferir rápidamente electrones de un lugar a otro del organismo. Los seres vivos somos en realidad como circuitos de semiconductores con un tipo de conducción electrónica cuya base física son las proteínas, uno de los ladrillos básicos de la biología. La energía puede fluir a través de un campo electromagnético. Este campo, junto con el agua, constituiría la base de la vida. El agua se organiza en relación con el colágeno, la principal proteína del tejido conectivo. Cada fibra de la matriz extracelular, así como del citoesqueleto, está rodeada por una capa de agua organizada que sirve de canal de comunicación y flujo de energía. Mientras que los electrones pueden fluir por el esqueleto de proteínas, los protones se transmiten por el agua.
Todas las células están unidas entre sí a través de un entramado, una matriz compuesta de proteínas (tubulinas intracelulares – integrinas de membrana – colágeno extracelular) y agua que une todos los núcleos, todas las membranas, todos los citoplasmas, permitiendo un sistema de comunicación total y formando un sistema físico continuo que actúa como una unidad. Este sistema incluye el ADN. En esta matriz, todas las células comparten la información de manera simultánea. Además, esta matriz es capaz de vibrar de forma armónica con armónicos mensurables. Es decir, habla en forma de oscilaciones eléctricas, y la información está codificada en frecuencias.
El sistema conectivo tiene propiedades semiconductoras y piezoeléctricas (es capaz de convertir un estímulo mecánico en electricidad) y se comporta como un resonador cuántico que conduce señales hacia dentro y hacia fuera del cuerpo. Cualquier presión y cualquier tensión generan corrientes oscilatorias. Sabemos que el tejido conectivo y el entramado intracelular forman un continuo estructural, funcional y energético, por lo tanto, no es de extrañar que una información se traslade instantáneamente a todos los puntos del organismo porque el cuerpo es una única matriz viva y dinámica por la que circula la información libremente. La medicina convencional no tiene esta matriz en cuenta y a la hora de pensar en comunicación, se centra solo en los sistemas nervioso y circulatorio.
Es importante en esta matriz tener en cuenta el papel del agua. Cada molécula de colágeno tiene un escudo de moléculas de agua íntimamente asociado a ella. Las moléculas de colágeno y de agua se organizan de forma cristalina y tienden a orientarse en los campos electromagnéticos, funcionando como una especia de antena muy sensible a los estímulos del entorno.
Los microtúbulos (pequeñas estructuras formadas por proteínas) de los que hablábamos antes, son como cilindros huecos que transportan distintos productos celulares y que están continuamente remodelándose, ensamblándose y separándose. Se ha demostrado que además poseen un mecanismo de emisión de señales asociado con la transferencia de electrones. Tienen una propiedad llamada superradiancia, que significa que pueden transformar cualquier energía incoherente en fotones coherentes, y que, una vez hecho, esta energía (que es luz) puede viajar a través del cuerpo sin obstáculos. La energía incoherente al pasar a través de los microtúbulos se vuelve por tanto coherente. La coherencia se extiende a grupos de células y, de esta manera, se produce una sincronización a todos los niveles, incluido el cerebral. Son como túneles en cuyo interior transportan fotones de célula a célula, sin pérdida de energía, como si se tratase de una fibra óptica. Los cambios que se producen en los microtúbulos se propagan un millón de veces más rápidamente que las señales neuronales, lo que puede explicar las operaciones cerebrales instantáneas.
Hay quien asocia estos microtúbulos a la propia conciencia (modelo de Penrose-Hameroff). Al fin y al cabo, como dice David Bohm, “la luz posee contenido de información, forma y estructura. Es el potencial de todo. Los fotones de la luz no tienen masa, y por ello no tienen antipartícula, es decir, parecen escapar al mundo de la dualidad…
La unión entre luz y materia, el eslabón perdido de cómo se produce el desarrollo embrionario, de cómo las células activan determinados genes para producir la formación de órganos y sistemas, puede estar relacionada con los microtúbulos.
Los microtúbulos no solo forman el citoesqueleto, sino que también juegan un papel principal en la división celular y en otros procesos como el movimiento de la célula. Hay una línea de pensamiento que sugiere que el cáncer podría estar asociado con un desajuste de la dinámica coherente de los sistemas biológicos, en concreto de los microtúbulos.
Otro punto interesante que presupone Becker, es que además del sistema nervioso basado en la conducción de señales eléctricas (potenciales de acción) a lo largo de las neuronas produciéndose una transmisión de información de forma digital, existe otro sistema de transmisión de señales electromagnéticas de forma continua (DC) que va por las células de Schwann (rodean a las neuronas a modo de protección) llamado sistema perineural. A este sistema le corresponden las corrientes de lesión y controla los mecanismos de reparación. Se trata de un tipo de electricidad sensible a los campos magnéticos. Modificando esta corriente se puede inducir, aumentar o frenar la regeneración de las células en caso de lesión, herida o amputación. Estos campos eléctricos estarían relacionados con la conciencia, puesto que son eliminados de forma reversible por la anestesia y además cuando cesa este campo, se pierde la conciencia.
Valerie Hunt, psicóloga y fisióloga de la Universidad de Columbia, después de décadas de análisis, llegó a la conclusión de que no hay un único sistema eléctrico en el cuerpo. Existe en sistema nervioso (que tiene la posición de encendido y apagado), pero también existe un sistema electromagnético continuo que emana de átomos y células. Este campo es lo que conocemos como el aura y está continuamente absorbiendo y emitiendo energía, y se comunica con el exterior de forma dinámica.
Es evidente que los organismos vivos tienen un funcionamiento totalmente organizado y sincronizado, altamente eficaz, con niveles de comunicación que no somos capaces de explicar biológicamente todavía. Max Planck, Premio Nobel en 1950, postuló que existe una vibración colectiva que es responsable de hacer que haya una sincronización en el funcionamiento del cuerpo a nivel bioquímico: las proteínas colaboran unas con otras y llevan las instrucciones del ADN y de las proteínas celulares. Fröhlich afirmó: “Las células emiten campos electromagnéticos y me parece que se comunican entre ellas mediante ondas electromagnéticas”.
Las tecnologías actuales permiten captar, medir y cuantificar estas emisiones de múltiples formas. El profesor Korotkov desarrolló el sistema GDV a partir de las investigaciones de Peter Mandel, quien demostró que en los diez dedos de las manos está la información holográfica del cuerpo, así como aspectos de la psique de la persona.
El método GDV se basa en la estimulación de la emisión de fotones y electrones de la superficie del cuerpo. Mide las densidades de electrones en los sistemas y órganos, así como el tipo de corriente eléctrica estimulada. Se obtiene una imagen en tiempo real de situación energética de la persona. Y también permite comparar el antes y el después de… lo que queramos.
Ana María Oliva ha podido cómo nos afectan las cosas de fuera. Por ejemplo, la ingesta de licores de alta graduación rompe nuestro campo energético desde antes de que hayamos tragado el líquido; tan sólo sosteniéndolo en la mano ya empieza a reconfigurarse el campo. Lo mismo ocurre cuando nos acercamos a remedios que corrigen nuestro campo de energía, como las esencias florales. Reír y jugar también armonizan nuestra energía. Las noticias que vemos en televisión por el contrario, tienen un fuerte impacto en nuestros campos energéticos. Si comemos viendo el telediario, tenemos que ser conscientes de que estamos “comiéndonos” las noticias, el miedo, la violencia, la agresividad…
Otro punto interesante es la relación padres e hijos. Durante los primeros años de vida, el campo energético de los hijos está totalmente vinculado al de los padres. Algunos de los conflictos que aparentemente están manifestando los niños, son en realidad un espejo de los propios conflictos de los adultos con los que conviven y con los que se identifican. Por tanto, cuanto más centrados, armonizados y en paz estemos los padres, más posibilidades tendremos de criar hijos sin conflictos.
También ha podido contrastar entre otros el poder de las palabras y el poder de los pensamientos. Las palabras en sí mismas, al margen de la intención que tengamos al decirlas, tienen una vibración, un efecto. Puede incluso cambiar la forma de los cristales de agua – aproximadamente un setenta por ciento de nuestro organismo es agua.
La adolescencia es una etapa en la que el campo energético suele estar exageramente abierto y desarmonizado, es decir, muy vulnerable. Ojo con el lenguaje que usamos! Decirle que es un inútil se le puede grabar con mucha facilidad porque su campo presenta dificultades para filtrar la información que le llega.
También las palabras que nos callamos – el silencio de aquel a quien le han quitado la voz – queda acumulado como congestiones energéticas alrededor del cuello, como si fuesen una bufanda que nos aprieta. El silencio impuesto nos cercena el alma.
Lo que pensamos y cómo reaccionamos a esos pensamientos en forma de emociones también marca nuestra configuración energética. Esos pensamientos en los que nos encallamos y damos vueltas continuamente, son los que más rápidamente y de manera más explosiva afectan nuestra energía.
“Nada ni nadie puede hacerte daño, excepto tus pensamientos” – Detrás de cada sufrimiento hay una creencia. Si nos vamos deshaciendo poco a poco de esas creencias… seremos cada vez más libres y más felices. Creemos que nuestros pensamientos son nuestros, pero a menudo no lo son. Son paquetes energéticos que nuestro cerebro ha captado. Dependiendo de cómo nos sintamos emocionalmente captaremos un tipo de pensamientos u otros. Hay muchos tipos en “la nube”, según el canal al que me sintonice seguiré captando pensamientos de miedo o de alegría, de crisis o de oportunidad.
El campo energético no es por tanto independiente; al contrario, está relacionado con la actividad física del cuerpo, con la actividad mental del cerebro y con las conexiones de la persona con otros campos de energía más sutiles o “espirituales”. Está cambiando continuamente en función de lo que hacemos, lo que sentimos o lo que pensamos.
«Somos seres de luz…si eliminamos todo lo que sobra como hacen los escultores aparecerá la obra de arte que somos. Vaciar la mente, las creencias, las expectativas… hasta ser tan solo un recipiente…entonces veremos la llama de nuestra esencia, de nuestro alma.»
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