Los miles de dietas que existen en el mercado permiten adelgazar a los que las siguen, pero el problema surge cuando se trata de mantener el resultado logrado porque casi la totalidad de las personas abandonan al poco tiempo la dieta y acaban recuperando el peso y a menudo con intereses.
Cuenta Giorgio Nardone en su libro “La dieta de la Paradoja”:
Que la primera forma de fracasar en el intento de lograr un equilibrio en la alimentación es la decisión de prohibirse los alimentos con más calorías. Esto se debe a que, debido a su prohibición, se vuelven cada vez más deseados.
El efecto transgresor es directamente proporcional a la rigidez de la prohibición.
La segunda forma es una trampa realmente engañosa que él llama el éxito que alimenta el fracaso. Es un ciclo que empieza con el éxito de haber perdido los kilos de más, seguido del mantenimiento del equilibrio durante un cierto tiempo, para luego inexorablemente perder el control y recuperar el peso perdido. El éxito al perder el peso mediante el desmedido esfuerzo de mantener una dieta restrictiva hasta obtener el resultado deseado hace que dicho sacrificio no se mantenga después.
Cuando el intento de alcanzar y mantenerse en buena forma falla repetidamente, algunas personas pueden reaccionar rebelándose al sacrificio alimentario y se dejan ir abandonándose por completo al placer de comer y beber. Reaccionan a la frustración del fracaso con la compensación del placer.
Otras personas sacrifican en el altar de la delgadez todo aquello que puede parecer peligroso para el mantenimiento de dicho resultado, obligándose a continuas renuncias frente a las sensaciones placenteras ya que las consideran como atentados contra su virtud. Viven en una continua abstinencia del placer incluido el de comer. Este perfil es el que puede desarrollar una anorexia nerviosa.
Para otro grupo de personas, como estar a dieta es una meta imposible de alcanzar viven en la lucha continua de “debo consumir más de lo que como” y practican a diario ejercicio físico de forma agotadora con la única meta de guardar la línea. En ocasiones, se suma además una dieta restrictiva, que al cabo de poco tiempo se convierte en algo imposible de mantener, muchas veces porque el exceso de ejercicio físico comporta un natural y fisiológico aumento del apetito. Otras veces la comida se convierte en el premio por el esfuerzo realizado y entran en el círculo de cuanto más ejercicio físico realizo, más tiendo a comer y cuanto más como, más ejercicio me condeno a hacer.
Por último, tenemos: el llamado “vomiting”, que consiste en utilizar el recurso del vómito para mantenerse delgado y, la entrega a soluciones que no requieren esfuerzos, delegando en algo (pastillas, productos dietéticos, suplementos, reguladores intestinales…) o alguien (cirujanos estéticos, dermatólogos…) la tarea de obtener y mantener una línea perfecta.
Nardone propone en su libro una solución alternativa mediante la pregunta: “¿Cómo empeorar?”. Deberemos preguntarnos cuál sería el escenario más allá del problema, es decir, “¿Cómo sería la situación una vez el problema se hubiese desvanecido milagrosamente? ¿Cuál sería la actitud en relación con la comida; la viviría como una amiga o como una enemiga; tendería a permitírsela o a controlarla?”
Una solución alternativa debe basarse en una relación distinta con la comida. La situación ideal consistiría en disfrutar con lo que agrada pero sin engordar. ¿Cómo lograrlo?
“Si te lo concedes, puedes renunciar a ello, pero si no te lo concedes se vuelve irrenunciable”
La relación con cualquier cosa placentera, para que sea funcional y equilibrada sólo puede basarse en el placer. Quien se concede el placer de lo que desea, al cabo de cierto tiempo ya no lo desea tanto como antes.
El primer paso para la elaboración de una dieta eficaz es concederse las comidas más deseadas para convertirlas gradualmente en algo cada vez menos atractivo, procediendo así de forma paradójica respecto a las dietas habituales.
“Haz tres comidas: desayuno, comida y cena y come sólo y únicamente lo que más te guste. Nada entre comidas.”
De esta manera se establece una colaboración entre placer y deber, lo que induce a la autorregulación más que a un control forzado.
Empezar con un ejercicio matutino mental en el que imaginamos de forma voluntaria los alimentos que más nos agradan y cómo los comeremos en el ambiente más agradable y de la forma más relajada. Mediante esta autoinducción sugestiva, las peligrosas tentaciones alimentarias se convierten en una posible elección voluntaria y no ya en una pérdida de autocontrol.
Esto comporta pasar del miedo a la pérdida de control a planificar cómo entregarse voluntariamente al placer de comer aquello que se desea, asumiendo el control sobre aquello que nos podría llevar a ceder.
El hecho de fantasear también con el contexto predeterminado y junto a personas de cuya compañía se disfruta, hace más fácil el control de la cantidad, debido al placer que aporta la calidad de la comida y el contexto en el que se degusta.
Si se sigue dicha prescripción, al cabo de pocos días habremos hecho limpieza de las prohibiciones alimentarias y de sus efectos frustrantes, y habremos iniciado un proceso de cambio en nuestros gustos.
Debe prestarse la máxima atención al cuidado de los detalles de la mesa: disponer la mesa siempre de la forma más agradable, colocar la comida en el plato de manera que queda vistoso y apetitoso, consumir el alimento sin prisa y degustándolo tanto en la fase de masticación como en la de ingestión acompañándolo de la bebida que mejor se adapte. Una experiencia agradable es la mejor antagonista de la frustración.
“Cada vez que se coma algo fuera de horas programadas, se debe comer diez veces ese alimento.”
Los efectos de esta prescripción paradójica son dos:
1- El primero suscita el miedo a dejarse llevar entre horas y luego tener que hacerlo por castigo diez veces más, ya que sería como engordar voluntariamente.
2- El segundo efecto es el de transformar una placer en una tortura ya que lo que antes era un placer (una chocolatina) acaba como una experiencia desagradable (diez chocolatinas).
A largo plazo, la dieta paradójica despierta nuestra predisposición más natural hacia la comida, actuando de modo que nuestras necesidades sean las que orienten nuestra elección para que aquello que nos guste coincida con lo que nos siente bien. Las cantidades de comida tienden a autorregularse y la persona empieza a adelgazar y a mantener el peso a lo largo del tiempo.
«Si te equivocas, enhorabuena; es porque lo has intentado»
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