Alimento y afecto se entremezclan ya desde el principio de nuestra existencia.
Según Menéndez (2006), aquellas personas que han tenido una historia familiar saludable emocionalmente tienen menos dificultades con la comida y vivirán las reuniones familiares con la ilusión de recordar su infancia y los buenos momentos vividos como base para una futura alimentación saludable. Sin embargo, aquellas personas que tengan asociada su infancia a carencias emocionales familiares importantes, tendrán más dificultades con la comida y con la capacidad para disfrutar de una reunión familiar que se celebre con comida.
Las situaciones conflictivas y disfuncionales familiares pueden conducir al estrés y a comer de manera desordenada, ambos, mecanismos disfuncionales a la hora de afrontar una situación.
La revisión de la literatura reciente sugiere que el contexto familiar es un factor ambiental importante que puede afectar la actitud hacia los alimentos y la comida. Los resultados de un estudio llevado a cabo por Hasenboehler, Munsch, Meyer, Kappler y Vögele (2008), muestran que los valores de unidad y cohesión familiar sólidos se asocian con un mejor comportamiento alimentario de los hijos, mientras que las familias con unos valores jerárquicos menores, se asocian con un mayor IMC (Índice de Masa Corporal) de los hijos. Las normas y las pautas alimentarias establecidas por los padres ejercen un efecto positivo en el peso y el comportamiento alimentario de los hijos.
El efecto resultante, sin embargo, depende del número y de la rigidez de las normas parentales. Tanto las familias con un patrón de normas muy rígido como las familias desestructuradas tienen un impacto negativo en la regulación de la comida tanto por parte de los niños como de las madres.
El estudio demostró una relación positiva entre cohesión familiar (cercanía emocional) y comportamiento alimentario externo de los hijos, y una relación negativa entre cohesión familiar y moderación alimentaria de los hijos.
También reflejó una relación negativa entre jerarquía familiar (autoridad, dominio, y poder de decisión) y el comportamiento alimentario emocional de las madres, y una asociación negativa entre jerarquía familiar y el comportamiento alimentario restrictivo de las madres.
Las madres de niños y adolescentes obesos afrontaban más conflictos interpersonales, mayor sufrimiento psicológico, y falta de cohesión de estructura familiar cuando se las comparó con madres de niños y adolescentes normopesos (Hasenboehler, Munsch, Meyer, Kappler y Vögele, 2008).
La estructura familiar, por tanto, puede representar tanto un factor de protección como un factor de riesgo importante en el desarrollo y el mantenimiento del sobrepeso y/o de una conducta alimentaria anómala.
Identificar los efectos de la estructura familiar en el comportamiento alimentario de los niños y en su peso, podría ayudar a la hora de mejorar los programas de promoción y prevención de la salud pública.
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