Cuando el estrés ocurre de forma ocasional, se producen respuestas físicas y fisiológicas en nuestro organismo que nos llevan a reducir la ingesta de alimentos; nuestro cuerpo está en estado de alerta y pone toda su atención y toda su energía en combatir la amenaza.
Sin embargo, cuando la situación de estrés se prolonga en el tiempo, pueden darse casos de sobrealimentación o de restricción alimentaria que pueden conducir a conductas alimentarias anómalas, que son un factor de riesgo para desarrollar un trastorno alimentario severo.
El estrés afecta la salud no solo por medio de procesos fisiológicos directos, sino también por medio de cambios en los hábitos saludables como son la elección de los alimentos y los horarios de comida.
Distintos estudios reflejan un aumento del consumo de tentempiés altamente calóricos cuando se está estresado. Un estudio llevado a cabo por Oliver y Wardle (1999) demostró la asociación entre estrés y un mayor consumo de tentempiés ricos en grasas y altamente sabrosos, mientras que los alimentos propios de las comidas sanas se consumían menos en situaciones de estrés. Este hecho era más notable en las mujeres. Una justificación podría estar en el hecho de que ciertos alimentos dulces aumentan la producción interna de endorfinas y otras sustancias opiáceas similares, con las que el organismo intenta combatir el estrés. Wansink et al. (2003) encontraron que en situaciones de estrés, los varones preferían consumir alimentos más nutritivos y asociados con comidas (como carne, guisos y sopa), mientras que las mujeres preferían tentempiés grasos (chocolate y helados).
Sin embargo, existe evidencia de que comer por estrés no es un método eficaz para combatirlo. No lo reduce ni durante el episodio alimentario (Polivy, Herman & Mc Farlane, 1994) ni una vez terminado (Polivy & Herman, 1999). De hecho, el comer alimentos «prohibidos», altamente sabrosos suele generar un sentimiento posterior de culpa especialmente en el sexo femenino.
Díaz Franco (2007), remarca la conexión existente en muchos casos entre el estrés laboral y la alimentación. Según él, el estrés condiciona no sólo los hábitos alimentarios, sino también el proceso metabólico nutricional, la situación de satisfacción de las necesidades nutricionales, etc. Las consecuencias que se derivan pueden ser varias: un retraso en la digestión, una inadecuada y disfuncional forma de metabolizar los alimentos… Lo anterior puede conllevar trastornos que pueden llegar a ser crónicos e incidir de forma significativa en la salud de la persona.
El estrés crónico conlleva ansiedad, y la ansiedad normalmente genera que comamos más, factor que predispone al sobrepeso. Aranceta (2007), señala que la ansiedad genera una necesidad de incorporar sustancias que aumenten la serotonina u otros neuromediadores, para obtener sensaciones compensatorias al estrés, y estas sustancias suelen ser dulces y alimentos con grasa. Si a esto se une que el estrés genera un aumento del cortisol —una hormona que propicia el acúmulo de grasa—, el sobrepeso se puede considerar como uno de los principales efectos secundarios negativos relacionados con el estrés crónico.
Tener unos buenos hábitos a la hora de comer y elegir bien los alimentos es una manera eficaz de controlar el estrés. Para ello, es recomendable seguir una dieta con pocos estimulantes (café, té,…), así como aumentar el consumo de verduras y frutas en general.
Aunque no parece que ningún nutriente tenga efectos antiestresantes, sí se habla de que las vitaminas A, C y E tienen un influjo más directo contra el estrés, al evitar la formación de los radicales libres. La vitamina antiestrés por excelencia es la C. Tiene un papel esencial en la respuesta del organismo al estrés, que tiende a destruir las reservas de vitamina C. Esta vitamina indispensable la podemos encontrar en frutas y verduras como los kiwis, cítricos, pimientos, espinacas, grosellas y fresas.
Lo que sí hay es una serie de estresantes alimentarios. Díaz Franco (2007) señala el exceso de hidratos de carbono refinados (azúcares y harinas blancas), el exceso de grasas saturadas de origen animal, el exceso o insuficiencia de aporte de proteínas, el exceso de sal sódica, las dietas pobres en vitaminas y en sustancias minerales, y los excesos en la ingesta de otras sustancias como el café, el té, el alcohol o el tabaco. Para controlar el estrés y evitar sus consecuencias, es recomendable tener horarios de comida fijos y comer muchas frutas y verduras crudas además de respetar las horas de sueño y de descanso.
Por último, es conveniente destacar la asociación marcada entre estrés y conducta alimentaria en el caso de los adolescentes. La tensión prolongada puede conducir a los adolescentes a reducir la ingesta de alimentos sanos como las frutas y las verduras, en favor de otros más calóricos y menos recomendables como las golosinas y la comida basura. Incluso, aumenta la tendencia ano desayunar, hecho que favorece el sobrepeso a largo plazo.
Comentarios recientes