Para poder profundizar en la alimentación emocional debemos conocer qué variables influyen en nuestra alimentación y de qué modo éstas condicionan nuestra pauta dietética.
Nuestra alimentación está condicionada por nuestra realidad biológica, psicológica y social. Junto a factores como nuestra condición omnívora o factores genéticos, existen otras variables socioculturales, como la clase social, la edad, el género, la identidad o el grupo étnico, que determinan a su vez nuestras opciones y preferencias alimentarias cotidianas.Así, acabamos comiendo aquello que nos sienta bien, ingerimos alimentos que son atractivos a nuestros sentidos y que nos proporcionan placer, llenamos la cesta de la compra con productos que nos permite nuestro bolsillo, servimos o nos sirven comidas según si somos mujeres u hombres, niños o adultos, pobres o ricos y elegimos o rechazamos alimentos a partir de nuestras experiencias diarias y de nuestras ideas dietéticas, religiosas o filosóficas.
La alimentación es el primer aprendizaje social del ser humano. La conducta alimentaria diaria de la mayoría de la gente es predecible dependiendo de los patrones culturales. En todas las sociedades, la elección de los alimentos y el comportamiento alimentario están sometidos a normas médicas, religiosas, éticas que los han enjuiciado y sancionado a lo largo de la historia. Dichos valores se manifiestan en las numerosas prescripciones y prohibiciones en materia alimentaria desde el ámbito de las diferentes religiones, pero también en la fuerte carga moralizadora de la ciencia y de la medicina en relación con la alimentación.
Las diferentes religiones existentes en el mundo han dictado a lo largo de la historia prescripciones alimentarias o dietéticas para millones de personas. El cristianismo por ejemplo ha determinado comportamientos alimentarios en nuestra cultura. Es el caso de la Cuaresma, período donde se desaconseja comer carne de gallina, cordero, buey o cerdo y hacer ayuno el día de Viernes Santo. En épocas anteriores, cuando la iglesia tenía más poder, los ayunos eran mucho más frecuentes y no se ceñían exclusivamente a la época de la Cuaresma.
El Islam impuso normas sobre la alimentación mucho menos rígidas que las mantenidas por los judíos o por los primeros cristianos. Se reducía a la prohibición de comer carne de cerdo y tomar bebidas alcohólicas. Sin embargo, conservan el mes de Ramadan, un mes en el que todos los musulmanes ayunan desde la salida del sol hasta la puesta del sol, absteniéndose de comer, beber y tener relaciones sexuales.
Por otra parte, en la Torá se exponen las prescripciones alimenticias para los judíos. Se distinguen los animales comestibles (puros) de los que no lo son (impuros). El cerdo, por ejemplo, es un animal impuro y no puede comerse, lo mismo que el conejo. Además, no se puede comer la sangre, por lo que hay que matar a los animales de modo que se desangren completamente para que se conviertan en alimento puro. Tampoco está permitido comer a la vez carne y leche, ni cocinarlas juntas, de tal modo que en muchas familias judías hay dos vajillas que no se mezclan: una para cocinar y servir la carne y otra para la leche y sus derivados. En la fiesta del pésaj no se comen panes levados y las harina para elaborar los platos son únicamente de matzá o matzot partidas.
Otras religiones tienen otras prescripciones en lo que se refiere a lo que se considera comestible o no, así como los alimentos prohibidos o permitidos según las fechas o festividades señaladas por esa religión. Aunque muchas de estas prescripciones no tienen la fuerza que solían tener en un pasado, muchas de ellas siguen vigentes hoy en día en la dieta de las personas muy ortodoxas o creyentes.
La literatura científica ha revisado los aspectos emocionales en las diferentes culturas, y la mayor parte de estudios coinciden en que las experiencias emocionales relevantes varían en las diferentes culturas.Luomala, Sirieix y Tahir (2009) realizaron un estudio comparativo de los comportamientos de alimentación emocional en tres culturas distintas: la finlandesa, la francesa y la pakistaní. Estudiaron las emociones de felicidad, gratitud, ira y vergüenza y su auto regulación por medio de diferentes comportamientos. Los resultados del estudio evidenciaron diferencias profundas entre los tres grupos muestra: los estudiantes finlandeses reaccionaron a las emociones positivas con un patrón de alimentación en solitario y a las emociones negativas con un patrón de alimentación ostentoso y social. Por el contrario, los estudiantes franceses asocian las emociones positivas con un patrón de alimentación ostentoso y social y en el caso de las emociones negativas rechazan tanto las actividades de comida ostentosa como las sociales. Finalmente, los estudiantes pakistaníes, asocian un patrón de alimentación social diario tanto con las emociones positivas como con las negativas. Una explicación de tipo cultural podría ser que los estudiantes finlandeses poseen los valores más hedonísticos.
Otro aspecto a considerar en este apartado es el de las creencias. Los consumidores construimos sistemas de creencias y actitudes o modelos mentales de los que no somos conscientes, relacionados con los alimentos y la comida en general. Esas creencias y actitudes se desarrollan como consecuencia tanto de las experiencias satisfactorias como de las no satisfactorias (Christensen and Olson, 2002). Los resultados de las actividades de alimentación emocional tienen un efecto directo (afectando el estado emocional presente del consumidor) e indirecto (afectando los significados que los consumidores dan a un alimento en particular y a los diferentes aspectos de la comida).
Sería interesante tener en cuenta estos aspectos al hacer campañas de promoción de la salud para aumentar la sensibilidad del consumidor sobre sus experiencias emocionales y acerca de la forma en que se manejan en estas situaciones. Una campaña de promoción de la salud debería relacionar el comer de manera saludable con alimentos placenteros y experiencias emocionales positivas.
Podemos concluir señalando que las personas comemos en función de las creencias que nos vienen determinadas por nuestro entorno cultural, social. De todos modos, cada vez más el patrón cultural está perdiendo protagonismo en favor de las creencias personales que vamos incorporando desde nuestra infancia. La educación y la prevención adquieren cada vez más una mayor relevancia desde todos los ámbitos: el familiar, el escolar y el de la salud pública. Los medios de comunicación deberían ser los aliados de los gobiernos a la hora de realizar campañas de promoción de la salud pública.
.
Comentarios recientes