Hoy vamos a hablar de las diferencias entre el Hambre y el Apetito.
El hambre es una necesidad fisiológica vital indispensable para nutrir las células del organismo; inicia horas después de haber comido y aumenta de forma progresiva. Se siente por debajo del cuello, es decir, notamos una sensación de vacío en el estómago, ruidos en el intestino y contracciones en el estómago. Conduce a una sensación de bienestar después de la ingesta porque hemos satisfecho una necesidad fisiológica.
El hambre no es un conocimiento biológico innato, requiere de aprendizaje. Nacemos con algunas conexiones nerviosas entre las señales biológicas que indican la necesidad de alimento y los comportamientos expresivos como llorar. Por medio de la socialización y el biofeedfack, aprendemos los comportamientos relacionados con la expresión y la ingestión, aprendemos a diferenciar las necesidades alimentarias de las emocionales y a expresarlas de forma apropiada en un entorno social determinado.
Algunos niños aprenden a relacionar un número extenso de emociones y sensaciones con la necesidad de comida. A mayor número de sensaciones relacionadas con la necesidad de comida, mayor propensión a desarrollar comportamientos vinculados con la alimentación emocional, el sobrepeso y la obesidad. Otros por el contrario, aprenden a comer al margen de esas señales, y esto podría contribuir al desarrollo de la anorexia nerviosa.
El apetito responde a una necesidad emocional; aparece de repente, no tiene relación con el tiempo pasado desde la última comida y persiste aún con el estómago lleno. Suele ser específico hacia un tipo de alimentos, habitualmente dulces o grasos, que tienen la particularidad de estimular la producción de endorfinas, que nos hacen sentir bien.
A diferencia del hambre, conduce a un sentimiento de culpabilidad después de la ingesta.
Nuestro cerebro almacena las experiencias en forma de imágenes, olores, sabores, sonidos y sensaciones. A su vez, establece conexiones con el tiempo, el espacio, el contexto, el costo y la expectación de recompensa.
Somos capaces de recordar experiencias pasadas con la comida, especialmente si esa experiencia fue fuera de lo común tanto en un sentido negativo como positivo. Cuando comemos algo que nos gusta, se liberan neurotransmisores que activan zonas del cerebro relacionadas con el placer. La próxima vez que veamos, olamos o saboreemos ese alimento se produce una estimulación del tronco del encéfalo y se evocan recuerdos de satisfacción o recompensa lo que nos genera necesidad de comer en ausencia de hambre. Nuestro cerebro liberará esos neurotransmisores aún antes de probar el alimento lo que despertará nuestro apetito.
De pequeños aprendimos a establecer asociaciones con la comida: comida-premio, comida-castigo, comida-soledad, comida-tristeza…Nos premiaban con comida, habitualmente alimentos dulces o grasos – no conozco a nadie que le premiasen con una manzana – o nos castigaban privándonos de nuestro postre favorito o del helado de la tarde. Si nos terminábamos todo lo del plato, mamá estaba contenta y cuando estábamos tristes nos compraban una piruleta.
Crecimos e incorporamos estos comportamos en nuestro subconsciente, así es que de adultos seguimos premiándonos y castigándonos de la misma manera y cuando estamos tristes recurrimos a la barra de chocolate.
Además, desde que nacemos, cuando nos alimenta nuestra madre, lo hace cargándonos en brazos, por lo que asociamos comida con abrazos y cariño. Cuando crecemos y nos sentimos carentes de amor, se nos dispara el impulso de llevarnos algo a la boca para saciar el hambre de afecto con comida.
La comida se convierte en nuestra amiga, una amiga que no juzga, no critica y que está siempre a mano cuando la necesitamos.
¿Qué tan amigo/a eres de la comida?
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